“ENFERMEDADES QUE FUNCIONAN”
Este texto ha sido parte de una Charla para Padres: "AFECTIVIDAD Y AUTONOMIA: ¿Qué le estoy Trasmitiendo a mi Hijo?"
"Todo empezó por un malestar en el estómago. Mi hijo se quejó por la noche, lo acostamos en nuestra cama. Al día siguiente le hicimos comida especial y yo postergué mis actividades de ese día, en la tarde el papá le trajo un regalo para que se sintiera feliz".
"Todo empezó por un malestar en el estómago. Mi hijo se quejó por la noche, lo acostamos en nuestra cama. Al día siguiente le hicimos comida especial y yo postergué mis actividades de ese día, en la tarde el papá le trajo un regalo para que se sintiera feliz".
En general, las enfermedades
producen altos niveles de “tensión” en
las personas. Al estar vinculadas a la pérdida y a la muerte, inducen miedo y angustia,
lo que puede llegar a movilizar y cambiar acciones. Estas reacciones se
agudizan cuando es un hijo el que tiene un malestar físico, ya que todo
padre quiere evitar el sufrimiento.
Lo delicado de esta situación es que la tensión produce “a-tención”: el niño logra que sus
padres funcionen alrededor de él y que le dediquen mayor tiempo que el
habitual. Sin embargo, al hacerlo, le van entregando una connotación especial al dolor y a algunas zonas del cuerpo, que podrían ir transformando el malestar
inicial en una enfermedad recurrente. Esta significación puede llegar
a ser fundamental en la constitución de la personalidad del niño
y determinante en la organización familiar.
En el mundo occidental, el cuerpo se concibe como un organismo, como algo externo, ajeno a la persona y la enfermedad, como un "padecer" que invade
desde afuera y que nada tiene que ver con ella. Sin embargo, se ha descubierto que, en ocasiones, la enfermedad cumple con algún sentido al instalarse, al mantenerse y que ha surgido a partir de una
función ligada a un contexto particular.
Esta afirmación se podría interpretar
en forma negativa, como un juicio. De hecho, muchas veces la actitud es: "no lo pesques, si lo hace para
llamar la atención". Sin embargo, este comentario podría servir sólo para agudiza el problema, sin considerar que el tema de fondo es que el niño está demandando algo.
Por esto, es importante ir más allá, detenerse, revisar:
¿Qué está pidiendo mi hijo? ¿De qué "dolor" se
trata?
Todo hijo busca
la atención de sus padres: quiere que jueguen con él, que lo escuchen, lo
abracen, lo miren. Cuando no existe calidad
en la atención, el niño inventará
estrategias para conseguirla: podrá ser hiperactivo, mañoso, tener mala
conducta, bajo rendimiento escolar. De hecho, es curioso que en estos tiempos
existe una patología infantil llamada "defícit atencional" ¿A qué
se refiere?
Si el niño logra la atención a este llamado a través de
la enfermedad física,
ésta podría instalarse como un síntoma, en tanto empezaría a entender
que el dolor le sirve, que le ayuda a conseguir su objetivo, que tiene una función.
Muchas veces, la agitada vida actual impide que los
padres escuchen realmente a sus hijos. No se trata de vivir al servicio de
ellos, ni de confundir la entrega de atención con una ansiedad excesiva por satisfacer
eternas demandas. No se trata de
cantidad, se trata de calidad: un poco
de tiempo, de escucha y dedicación, jugar, conversar, hacer tareas, puede ser suficiente para que el niño se sienta
tranquilo, sereno, seguro de que sus padres están ahí, presentes.
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