CRIAR es también PENSAR en el OTRO
Este texto es parte de una Charla a Padres: "LA DIFICULTAD PARA DECIR "NO": ¿Donde están los Padres hoy?"
A veces una acción específica puede
producir, en algunas personas, una imaginería común de pánico que se generaliza y deja excluidos todos los otros gestos y
líneas educativas vinculadas a la contención, el amor y el respeto hacia los
niños, incluso de esos mismos padres. Además, a esta única acción se la interpreta como sufrimiento, indiferencia frente al pedido de ayuda, torturas, e incluso se alerta sobre
sus efectos en la inteligencia, la depresión, pudiendo llegar a hacerse especulaciones sobre el futuro
maltratador.
¿Qué se hace cuando cualquier intervención, llamado de atención o reto
que se le puede hacer a un niño o niña se conceptualiza como maltrato de parte
de los padres?
Muchas historias de
adultos actuales se relacionan con situaciones de maltrato, abuso, negligencia
y abandono por parte de los padres u otro adulto en la infancia. Estas vivencias, las
investigaciones que se han hecho sobre el tema y el contexto histórico actual en que vivimos, les han ido otorgando a los niños un lugar social importante, como seres a proteger y con derechos. Sin embargo, muchas veces esta reivindicación de la infancia
se ha llevado a tal extremo, que los niños terminan teniendo más poder que los
padres y éstos se han empezado a confundir en relación a su función, a las decisiones y
acciones a tomar. O sea, hoy en día la crianza se ha transformado en un tema de
conversación más en nuestra sociedad, siendo que antes ni siquiera se hablaba
ni se cuestionaba.
Muchas veces el argumento que se utiliza
cuando un niño realiza algo indebido es decir “son cosas de niños, para que pensar en el futuro. Después aprenderán”.
Es curioso, ya que justamente el lugar de los padres es educar personas que
contribuyan al grupo social cuando sean adultos, no solo con trabajo y
participación, sino con valores y acciones que beneficien su entorno,
ya que en el futuro tendrán que relacionarse y regular sus vínculos con los demás.
Muchos de los conflictos cotidianos que surgen en los matrimonios se relacionan
con costumbres y actitudes que se aprendieron en los propios hogares: limpieza,
orden/desorden, colaboración, hasta el clásico tapado/destapado de la pasta de
diente y el uso del inodoro. Además, es habitual que las mujeres adultas se
quejen por actitudes que tienen los hombres, especialmente sus parejas y no tomen en cuenta que ellos fueron criados por madres permisivas y consentidoras, que no siempre les enseñaron a
considerar al otro en sus acciones. ¿Por qué repetir lo
mismo con el propio hijo?
Por ejemplo, si un niño de dos años
tirara un plato de comida por un arrebato de enojo, el adulto debiera tener todo el derecho y,
además, el deber de sancionarlo por esa reacción, preocupándose de establecer una consistencia entre su palabra y la consecuencia de la acción.
Los niños en general aprenden más con acciones ligadas a palabras, que solo con explicaciones o discursos.
Esta "sanción" es un deber social de los padres, ya que si se le permite hacer
eso, o no se le dice nada, o produce hasta risas sorprendentes por aquella
“travesura”, es posible imaginar cómo “tirará los platos” cuando sea adulto.
Muchas veces se enjuician estos
gestos como autoritarios, ya que efectivamente implican un poder hasta físico
de alguien sobre otro. Es cierto. Sin embargo, es importante distinguir el “autoritarismo” de la “autoridad” y resulta fundamental
volver a darle vueltas a este concepto en la actualidad, ya que es justamente
lo que está en juego en la crianza y también en nuestra cultura actual.
La autoridad establece un
referente, da un marco que permite a una persona ubicarse en algún lugar, instala
una ley sobre lo que se debe y no se debe hacer en algún sistema,
considerando que existe otro con quien hay que relacionarse. Si bien en muchos
momentos de la vida, los seres humanos nos quejamos de tener que cumplir con las leyes o reglas que
nos regulan, sin darnos cuenta nos la pasamos pidiendo que las leyes se
cumplan, no solo las escritas, sino las éticas, morales, de convivencia, de
tratos, de violencias, de pasadas a llevar, de bicicletas en calles y veredas,
de choferes de micros, de políticos, de corrupción. La ley se instala en toda
relación humana, produciendo un contrato de confianza entre las personas y un
alivio cuando ese acuerdo se cumple. En los niños, este reglamento que se va
haciendo propio a medida que van creciendo, resulta ser muy importante para ellos, ya que les van dando una referencia, les va indicando lo que pueden y no pueden hacer, un límite que los
protege, les da seguridad, estabilidad y no los deja a la deriva, desamparados
y esclavos de sus propios impulsos.
Hay teorías que plantean que la
hiperactividad y el déficit atencional podrían ser efecto de esta falta de
ubicación y ausencia de límites. Eva-Marie Golder, psicoanalista francesa,
dice: “El niño llamado hoy "hiperactivo" es errante, busca límites
que no encuentra. El cursor del "no" no funciona, dejándolo en una especie
de movimiento "browniano". Se agitan porque viven en un espacio
elástico y buscan bordes que les den seguridad. Para estos padres, oponerse a
un niño equivale al sadismo y la angustia culpable por querer hacerlo bien,
surge toda la paleta de imposibilidad e impotencia ante la tarea de educar.
Este desamparo es habitual hoy en día”.
Si los padres ven todo acto de
autoridad como una posibilidad de trauma, de abandono, incomprensión o maltrato, se hace difícil instalar la ley que hace función de referente. Al contrario, con la complacencia se van disponiendo aquellos des-bordes, que con los que podrían alterar el lazo social que se establecerá en la vida adulta.
Ver más: LA DIFICULTAD PARA DECIR "NO": ¿Donde están los Padres hoy?"
"La Autoridad de los Padres: ¿Cómo se Instala?"
“En la Búsqueda del Juguete que Falta”
“Cómo la CULTURA produce GORDURA”
“En la Cama con los Padres”
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